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PRIMERA INFANCIA

Niños más seguros gracias a Montessori

A veces como adultos no nos damos cuenta de que estamos entorpeciendo o dificultando su desarrollo.

Muchas veces, sin darnos cuenta, sobreprotegemos a nuestros hijos o alumnos adelantándonos o interfiriendo en sus aprendizajes.

Así, por ejemplo, nos ocupamos de realizar las tareas que consideramos “difíciles” o de manipular nosotros los objetos “delicados”. Tratamos de evitar que manchen o rompan algo. Y creemos que esa es la mejor forma de ayuda. Seguramente porque así es como fuimos acompañados siendo niños.

Desconocemos que esa vieja forma está basada en la desconfianza de las capacidades infantiles y crea niños dependientes del adulto, que insatisfechos, frustrados e inseguros, dudarán de sus propias capacidades.

Pero la Dra María Montessori, observando con paciencia a los niños, se dio cuenta de que adaptando los materiales o el mobiliario al tamaño necesario para la infancia, los niños eran capaces de mucho más de lo que el entorno esperaba de ellos.

Para ella, no solo no era necesario ni conveniente cambiar una jarra o un vaso de vidrio por otros de plástico, sino más bien lo necesario era conseguir una jarra de vidrio algo más pequeña, que se adaptara mejor a la manita de esas criaturas.

Montessori se dio cuenta de que era justamente al ofrecerle cada vez más responsabilidad, nuevas tareas en las que era invitado a participar el niño, las que lo ayudaban a sentirse parte útil de su comunidad o de su familia.

El ser humano está diseñado de manera natural para ir ganando progresivamente en habilidades y recursos que le permitan sentirse cada vez más independiente y capaz.

Pero a veces como adultos no nos damos cuenta de que estamos entorpeciendo o dificultando ese desarrollo.

A los tres años una criatura está muy interesada en utilizar utensilios reales de la vida cotidiana. Pero solemos entretenerla con juguetes que distraen de su verdadero objetivo: comprender su mundo y cómo ganar habilidades dentro de él.

Montessori se dio cuenta de que una criatura solo necesita que le presentes, que le muestres tú primero, con amabilidad y paciencia, cómo manipular cualquier objeto de la vida cotidiana, como por ejemplo, cómo pelar una fruta con un cuchillo. Ese modelaje, permite al niño sentirse capaz de realizar posteriormente una tarea por sí mismo.

Pero lo que suele ocurrirnos como adultos, es que andamos repletos de prisa y de desconfianza en las habilidades infantiles. ¡Si supiéramos lo valioso que es para ese niñito que crean en él, que le muestren con paciencia cómo se manipula una jarra o cómo se riegan las plantas…!

En lugar de impedir a la infancia que participe activamente de la vida familiar o escolar, estemos atentos a sus demandas e intereses y dediquemos el tiempo necesario a mostrarle cómo manipular cada uno de los objetos de su vida cotidiana.

En lugar de prohibir que acceda o toque a algunos objetos, mostremos con paciencia y detalle qué necesita hacer para manipularlos con cuidado.

Y, en caso necesario, busquemos la forma de adaptar ese objeto a su tamaño pero sigamos dando respuesta a ese interés genuino.

Niños desmotivados

A menudo ocurre que más adelante, cuando ese niño ha crecido y ya no está interesado en incorporar esa habilidad, le pedimos (o exigimos) que sea él o ella quien participe más de las tareas cotidianas o se ocupe independientemente de cortar o limpiar efectivamente algo. Pero ahora es algo que vive como lejano, forzado, alejado de su interés, en lo que no se siente especialmente capaz, ni hábil, sino más bien torpe. Como si llegara tarde.

En realidad somos las personas adultas las que quizás llegamos un poco tarde. Las que no estuvimos disponibles para acompañar ese anhelo natural de sentirse capaz, valioso e independiente en su primera infancia. Cuando ese niño atravesaba un periodo especialmente sensible y receptivo para incorporar esa habilidad y ese aprendizaje.